Dios, la ciudad y la publicidad

Grafitti afuera del palacio de bellas artes, Ciudad de México 2009

La civilización occidental se ha construidos grandes mentiras que la sostienen, además de la familia, el Estado y la propiedad privada, ya señaladas por los marxistas hace muchos años o el libre mercado, la democracia y los partidos políticos, las tres mentiras que me ocupan hoy son:

1.) La construcción de dioses a su imagen y semejanza
2.) La ciudad como promesa civilizatoria
3.) La publicidad como fin sin principios

Occidente ha inventado las justificaciones para el crimen, el racismo y el atentado contra la naturaleza, seríamos hijos de Caín dice la biblia católica, una de las religiones más hipócritas y sustento-complice de los diferentes imperios y dictaduras (hoy al lado del golpe de Estado de Honduras), seríamos hijos de Caín y seríamos en todo caso, resultado de un asesinato, ¿por ello será que se nos da muy bien eso?

Prácticamente todas las religiones en occidente apelan a la supremacía humana, pero en los hechos no es a toda la humanidad, sólo a los “hijos de unos cuantos dioses”, las primeras excluidas son las mujeres, que en el mundo son las más pobres de los pobres; los segundos excluidos son todos aquellos que parecen diferentes o que definitivamente lo son, homosexuales, lesbianas, negros, niños y la lista es grande.

En particular la institución católica, encabezada por el papado, ha sido y sigue siendo, cómplice de aberraciones de imperios y dictaduras, apuesta a la perdida de derechos humanos (Jalisco, Guanajauato, entre otros ejemplos), derechos que de por sí incumplidos en todo el orbe, justifica invasiones, asesinatos, quiebras, y al final ofrece un cielo que no queda claro para qué sirve, ni para qué va uno a ese lugar, si al final puede dejar de existir como el purgatorio, de un "plumazo".

La ciudad es una gran mentira y sólo puede producir y reproducirse a base de mentiras, no hay confort en una ciudad como la de México, tampoco las distancias se acortaron a pesar de tanto transporte contaminante; el acceso a una vivienda es una lucha o una renuncia, no hay más, una lucha si eres de bajos recursos y entonces te asocias con organizaciones que demandan vivienda, muchas corporativas y las menos, honestas.

Si no te unes y luchas en colectivo, o simulando colectividad, la vivienda puede ser una cadena hipotecaria que te vuelve sirviente de los bancos por el resto de tu vida, los bancos la mejor expresión del robo legalizado, y dependiente de los vaivenes y los fraudes recurrentes de los banqueros y gobiernos.

La ciudad es una gran mentira por la cual millones estarían dispuestos a morir, si es que no ya son muertos vivientes, la ciudad te ofrece todo y te da muy poco, te ofrece mucho y te quita todo lo que eres. La ciudad te lanza a la calle y te olvida como si fueras sobra, ahí están viviendo en Buenos Aires o en México los niños en las alcantarillas.

La ciudad de México, tiene otros ejemplos aberrantes, uno de ellos al poniente, los otrora basureros de Santa Fe, famosos en los años 80 por la banda de los Panchitos y el amarillismo de los medios de desinformación, hoy es ejemplo de ostentosidad y absurdo; se erigieron como ciudad aparte donde los adinerados viven, donde van a sus colegios propios, donde tienen sus servicios y esparcimientos sin necesidad de salir de aquel hoyo gris e impersonal; la homegeneización de la riqueza, mientras que en temporada de lluvias todos los años, esos departamentos lujosos, esas escuelas carísimas y esos mall de primer mundo, apestan a desperdicios a varios kilómetros a la redonda.

La tercer gran mentira tomada de la mano de la cultura del consumo es la publicidad, esa invención que todo lo vende y todo lo usa sin retribución alguna; la publicidad ha servido para casi todo, casi nada bueno si es que el casi cuenta. La publicidad vende niños, mujeres, hombres, vende ilusiones y mentiras, pero ni siquiera las ilusiones propias sino las de un comerciante que sólo ve dinero en las personas, ahí donde el humanista ve personas, el publicista ve clientes o audiencias.

La publicidad todo lo contamina, el paisaje, el aire, la tierra, el agua, los corazones, la buena fe, la solidaridad; hay un comercial de una empresa automovilística, de esas que contaminan a granel, te vende el acceso a tu ego, ya ni siquiera el auto, su eslogan dice: 460 caballos de ego, claro con una foto del modelo de auto, hay que ayudar a la audiencia a que se entere de qué hablan, y el comprador inmediatamente se sube al auto, acelera y hace uso de ese ego crecido, claro, con nada de respeto para el peatón y menos aún por el medio ambiente, por que el que tiene derechos es el auto, no las personas.

La publicidad puebla los cielos, los mares, las casas, las ropas que usamos, se mete en todos lados, y deja en el vacío cualquier ideología, cualquier moralidad o ética personal, ejemplo, la imagen del “Che” Guevara es la más reproducida y vendida a lo largo y ancho del mundo, ¿cobraran regalías sus familiares o los familiares de Korda?

La publicidad miente sin arrobo, las leyes e instituciones que supuestamente benefician al consumidor y que contemplan el engaño como una falta a la ley, nunca hacen nada, y tan no lo hacen que todos los comerciales de todo tipo, mienten, el auto no consigue chicas, la ropa no te hace mejor persona, la lavadora no hace feliz a una mujer, la televisión no educa distorsiona y domestica, y así la lista sería interminable como lo es la publicidad.

La publicidad mata, como lo hacen las grandes ciudades y los malos dioses, la publicidad mata de cáncer, de soledad, mata de a poco y rápidamente, la publicidad gasta más dinero en existir que el combate al hambre o la pobreza en el mundo.

Dios, ciudad y publicidad son tres grandes mentiras que habrá que transformar si realmente se quiere cambiar el mundo.

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