Lamentablemente Murió Andrés Aubry



A don Andrés Aubry lo conocí en 1997, cunado fui a San Cristóbal a realizar unas entrevistas en video para la Universidad Autónoma Metropolitana, ya lo había leído en La Jornada y conocía algunos de sus trabajos sobre los indígenas en Chiapas, sobre las formas de explotación de los grandes terratenientes y había estado en algún evento donde él era ponente, pero de estar cerca de él y platicando, no había sucedido sino hasta ese año.

En ese primer encuentro fuimos a su casa, aquella que está en el barrio del Cerrillo, donde nos recibió Angélica, su gran compañera de travesías y de pasiones, a la puerta salieron sus perros, fieles acompañantes en sus viajes y sus paseos por San Cristóbal, en esa ocasión Andrés ya nos esperaba sentado cómodamente, arropado por ese chaleco de lana inseparable, sus botas largas, yo pensé que de antropólogo, no sé por qué, de cerca era un señor que desprendía cierta amabilidad, confianza e interés.

Ahí lo entrevistamos sobre la historia de la lucha de los indígenas, el trabajo de la CONAI en la mesas de negociación de San Andrés, de la autonomía y sus significado en los Acuerdos y en los pueblos indígenas de Chiapas, sobre el zapatismos; en aquella ocasión me llamó la atención su acento tan francés a pesar de llevar tantos años en México y su pasión con la que platicaba las cosas y la historia.

Aquella conversación se llevó dos horas, tiempo que se me hizo corto, pues yo quería seguir escuchando las historias, las anécdotas y su opinión sobre Chiapas, los movimientos indígenas en los últimos 30 años; recuerdo que yo estaba embelezado con aquella pareja, le comenté a Adriana, mi ex compañera, que me gustaría haber tenido unos abuelos como Angélica y Andrés.

Los volví a ver poco tiempo después, cuando acudimos al Archivo Diocesano a buscar alguna información y documentos para nuestra investigación, Archivo que con esmero y cariño organizaron metiéndose a los sótanos de la catedral, de los papeles amarillentos que unos y otros encontraban en casas, en bibliotecas y archivaban de manera organizada.

Andrés y Angélica fueron presencias constantes durante todos los años que estuve y trabajé en Chiapas; Andrés siempre estaba en los eventos que organizaban las ONG´s y las organizaciones indígenas, era una presencia constante y una opinión siempre optimista del desarrollo del movimiento indígena y del trabajo pastoral de la diócesis de don Samuel Ruiz.

Cundo entre a trabajar al centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, don Andrés siempre llegaba, o casi siempre, a las reuniones de equipo con asesores y el Consejo Directivo; siempre tuvo una palabra de reflexión y de ánimo, siempre estuvo convencido de que los indígenas zapatistas iban a ganar su lucha por la autodeterminación.

Andrés no era un viejo antropólogo engreído, era uno de los más modestos conocedores de Chiapas y sus culturas, siempre estaba dispuesto a compartir sus saberes, sus anécdotas estaban plagadas de historias personales, incansable viajaba por las carreteras para estar presente en todo evento histórico, fuera en la selva, en la costa, en las cañadas o en la ciudad real.
Con él compartí reflexiones, carretera, cama y comida cuando el delegado Zero salió a recorrer Chiapas para promover la Otra Campaña en enero de 2006, en este viaje, Andrés puso su auto y su experiencia en las carreteras para acompañar esa travesía, nunca se quejaba de la comida, de las condiciones para dormir, de los largos trayectos de un lugar a otro, de la falta de organización o los excesos de sobre protección al delegado Zero.

Andrés siempre tenía una historia que contar de las organizaciones con las que se acudía, de la historia del municipio y hasta del proceso geológico que había formado esta o aquella serranía; en aquella ocasión recuerdo haber comentado que me gustaría mucho llegar a esa edad con el dinamismo que Andrés poseía, esa fuerza y esa alegría que proyectaba a todos los demás, que aunque más jóvenes menos resistentes.

En alguna ocasión me cometo que teníamos que sentarnos para que le platicara por qué tanta gente me seguía reconociendo en la UAM después de haberla dejado hace tantos años, vino y conversación que quedó pendiente para más después. Fui a la presentación del último libro que publicó, y ahí pensé que sería una privilegio que Andrés fuera lector de algún libro que publicara, cosa que también se quedo pendiente.

Andrés es una de esas personas que se te mete al corazón, que te enseña a que el conocimiento, si no se comparte no sirve de nada, de esos intelectuales que demostró que de nada sirve serlo si no estas al servicio de las causas sociales, de esas personas que son ejemplo del gusto por el conocimiento y la modestia, es de esas personas que te muestras que el corazón y la cabeza serán siempre jóvenes si hay interés de nuevas experiencias y nuevos saberes, es de esos intelectuales que combinan la academia, el saber empírico y la causa.

Andrés dejó marcado en mi corazón el amor por el conocimiento compartido, la alegría del pensamiento que se mueve y no se queda enquistado, que no se detiene a regodearse en su vanidad, dejó marcado en mi el que las historias hay que contarlas, sea en libro, de voz, en un documental, en lo que sea, pero contarlas y compartirlas.

Andrés y Angélica fueron los abuelos que siempre desee tener y tuve el privilegio de conocer, Andrés deja mucho por delante, por que es a nosotros que nos toca continuar con esa actitud y esa labor incansable, hombre de gran conversación y amena compañía; hombre de saberes compartidos y modestia poco frecuente.

Cuando me enteré de su muerte por parte de Marina, su nieta francesa adoptiva, al principio sentí confusión, pues saber que había muerto en un accidente de carretera siempre me resultó trágico, pero poco tiempo después pensé que murió como él era, incansable caminante de caminos, recorriendo las carreteras de Chiapas que las conoció muy bien; murió en su momento y en movimiento, como siempre lo estuvo.

Definitivamente su perdida es irreparable, es trágica por que de esos hombres no se dan seguido en el mundo, él a pesar de su acento ya no era el antropólogo francés, sino el intelectual orgánico de los movimientos indígenas, el amigo y maestro; Andrés es parte de los que le conocimos y jamás podremos olvidar, pues nos ha mostrado el camino.

Andrés, queda ese vino y esa platica pendiente, desde el D.F. te digo salud y ya nos veremos para que ahora me cuentes la historia geológica del más allá, para que me cuentes la lucha histórica entre el bien y el mal, entre el más allá y el más acá; seguro nos veremos y recorreremos nuevamente los caminos, que tú ya conocerás como la palma de tu mano.

Hasta siempre Andrés.



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